También se le
atribuyó al Preste Juan el honor de ser el custodio del Arca de la Alianza,
otro objeto sagrado (de hecho el más sagrado de toda la historia de Israel),
aún más misterioso que el Grial. Recordemos que el Arca, que era para los
judíos un símbolo de la Primera Alianza establecida por Dios con los hombres,
ha estado perdida para la historia humana desde los tiempos de la caída del
Segundo Templo en manos de los romanos en el curso de la segunda mitad del
siglo I. El Grial, por contrapartida, es un símbolo –netamente cristiano– que
evoca la renovación de esa Alianza instaurada por medio del sacrificio del Hijo de Dios.
Y el Preste
Juan, el rey misterioso, guardaba ambos en su sede pontificial. Hay que tener
presente que en la imaginería medieval el Arca terminó por ser un símbolo
mariano por excelencia debido a que María había llevado a en su seno al Cristo,
personificación de la nueva Ley (podríamos decir, tomando prestada una noción
del budismo tibetano, el Dharmakâya personificado, en tanto que
principio espiritual presente en el interior de todo ser viviente). De este
modo la intuición artística aunaba ambos significados, en forma alegórica, en
una sola representación.
Ahora bien, se
puede extraer una muy importante señal en esta auto-proclamación del Preste
Juan como rey cristiano-nestoriano.
Nestorio fue un patriarca de Constantinopla del siglo V que fue declarado
hereje luego de que planteara que nadie debía pensar en María como en la “Madre
de Dios” (Theotokos) puesto que
ella no había sido más que un ser humano como todos y el nacimiento de Jesús
habría tenido las mismas características de cualquier otro nacimiento humano. De
hecho, Nestorio
pensaba que más que el calificativo de Theotokos, a María le cabía el de
Christotokos (Madre de Cristo). Con esto pretendía que no se
confundieran las dos naturalezas de Jesús, la divina y la humana.
De todo esto
se deducía, evidentemente, que la virginidad de la Virgen no tenía su fundamento en el plano meramente físico y, por
lo tanto, que Jesús no vino al mundo como un ser divino. Su planteamiento se
basaba en el criterio de la escuela teológica de Antioquia y en la herejía
adopcionista según la cual Jesús era un hombre que se convirtió en dios y no un
dios que se hizo hombre. De acuerdo con la opinión sustentada por el adopcionismo,
que fue predicado por Pablo de Samosata en el siglo III, Jesús era “hijo de
Dios” no por naturaleza, sino por gracia.
Nestorio fue
declarado hereje en el año 431, tras lo cual debió soportar el exilio en el
desierto egipcio. Sin embargo, su influencia se extendió enormemente. Sus
seguidores formaron un centro de resistencia en Edessa, al norte de Mesopotamia
(la actual Urfa, en la Turquía meridional) lo que facilitó, entre otras cosas,
el hecho de que la iglesia de Persia se hiciera nestoriana. Otra consecuencia
de estas disputas fue el alejamiento de la iglesia de Egipto de la ortodoxia
romana lo que facilitó, entre otras cosas, el surgimiento de la forma copta del
cristianismo.
El
nestorianismo, por su parte, se extendió por el Oriente, llegando a tener
cierta influencia en Siria, Mesopotamia (actual Irak) y la misma Persia (Irán),
e incluso hasta en la India, China y el Tíbet. Hay quien sostiene la opinión que la
influencia nestoriana llegó incluso a manifestarse en las creencias religiosas
de Gengis Khan. Se cuenta que cuando el gran conquistador mongol ocupó la
ciudad de Bokhara en el Asia Central predicó en una mezquita a los creyentes
musulmanes –que le hicieron ver que la religión del país exigía una
peregrinación a La Meca– lo siguiente: “El poder de los cielos no está sólo
en un lugar, sino en los cuatro ángulos de la Tierra”. La religión de
Gengis Khan era estrictamente monoteísta y puede ser resumida en los siguientes
términos: “Hay un solo Dios, creador del cielo y de la Tierra, que nos
concede la vida o la muerte, riquezas o miseria, y que tiene sobre todo un
poder absoluto”. Se piensa que en esta forma de pensar del emperador mongol
pudiera haber influido cierto contacto mantenido en China con monjes cristianos
nestorianos (Historia del Mundo, J. Pijoan, Salvat Editores S. A.,
Barcelona, 1930, T. III, págs. 431-432). De hecho, hay evidencia de la
existencia de enseñanzas cristianas en China desde el siglo V en adelante, hasta
más o menos el siglo XI (ver Los Sutras
de Jesús, de Martin Palmer, Editorial Edaf, S.A., Madrid, 2002).
Este dato no
es menor para lo que viene en relación a la tesis central de El Evangelio de la Luz, a saber: que hay un lazo íntimo entre las “enseñanzas
hierofánticas” de Jesús y ciertos secretos
custodiados en el seno de las instituciones religiosas fundamentales de los
pueblos de Oriente. De hecho el nestorianismo cohabitó sin mayores
inconvenientes con el Islam luego de la conquista árabe de Persia producida en
el 637, y también con el hinduismo, el budismo y el zoroastrismo,
específicamente en el Asia Central. Según Elizabeth C. Prophet, Roerich
afirmaba haber encontrado en el Tíbet cruces nestorianas:
No lejos de Leh, sobre una colina pedregosa, hay tumbas antiguas que se cree son prehistóricas y recuerdan a las antigüedades druídicas. Tampoco está lejana la tumba del antiguo mongol Kham, quien trató de conquistar Ladak. Hay también en este valle cruces nestóricas que recuerdan una vez más lo extendidos que estuvieron por Asia el nestorianismo y el maniqueísmo. (Elizabeth Claire Prophet, Los años perdidos de Jesús, Editorial EDAF S. A., Madrid, 1996, p. 201 (citando la obra En el corazón de Asia, de N. Roerich)
Esto es
particularmente interesante. De hecho algunos investigadores son de la opinión
que los nestorianos mantuvieron un estrecho contacto con los verdaderos
herederos de las enseñanzas de Jesús, a los que identifican con el nombre de
“nazareos” o nazarenos (ver
M. Baigent, R. Leigh, H. Lincoln, básicamente en El enigma sagrado y El
legado mesiánico; Laurence Gardner, La herencia del Santo Grial y
Hugh Schonfield, El Complot de Pascua, Jesús, ¿Mesías o Dios?,
etc.). Y hay quienes ven en cierta comunidad nestoriana consagrada a San
Juan Bautista instalada en algún lugar del desierto de Gobi en China, la
verdadera fuente de la leyenda del Preste Juan (Historia del Mundo, J. Pijoan, T. III, p. 432).
Es posible que esta comunidad, u otra asociada, estuviese emplazada en algún
lugar de la enorme meseta del Tíbet o entre los escarpados riscos de los montes
Kuen Lun, el Kara Korum o los Himalaya, cerca de Cachemira, lugar donde algunas
fuentes señalan que se encuentra la tumba del Santo Issa, como es conocido Jesús en esas regiones. Tendremos la
ocasión de volver a ello.
El
maniqueísmo, por su parte, fue un movimiento religioso de carácter gnóstico
fundado en Persia en el curso del siglo III por Manes (o Mani). Éste
afirmaba que era un apóstol de Jesús y se consideró a sí mismo un instrumento
del Paracletos (Espíritu Santo) prometido por Cristo y, por tanto, un
mensajero o enviado en la misma línea sucesoria de los antiguos profetas y
mensajeros divinos.
Según Manes,
los principales entre estos mensajeros fueron Zoroastro, el Buda y el mismo
Jesucristo. Y él sería –lo declara a los cuatro vientos– su sucesor legítimo.
Su objetivo es fundar una religión universal basada en las enseñanzas de sus
antecesores. En esencia, la doctrina maniquea –que ejerció enorme influencia en
el movimiento cátaro de los siglos XII y XIII–, se basa en el dualismo
mazdeísta que propugna la existencia de dos principios universales de cuya
lucha procede toda la Creación. Estos dos principios son el Bien y el Mal (luz
y tinieblas, mentira y verdad, etc.). Pero lo específico del maniqueísmo es que
asocia de manera radical el principio del Mal a la materia, el mundo físico.
Según el
dualismo maniqueo, todo el Universo material ha sido creado por un Demiurgo (Creador)
tenebroso, enemigo de Dios. El alma humana se haya cautiva en este Universo
material. La Gnosis, por su parte –que es el conocimiento de las verdades
divinas y es entendida como una iluminación–,
tiende un puente entre esta alma cautiva y el principio espiritual. Por tanto,
la Gnosis devendría en ser la única vía de salvación para el ser
humano.
Hay en una
obra del historiador Jean Blum una hermosa descripción de la cosmogonía
maniquea:
Junto a los conceptos filosóficos abstractos, la cosmogonía del maniqueísmo no carece de poesía ni de originalidad: al norte se haya el reino de la luz, gobernado por el Padre de la Grandeza. Está rodeado de eones gobernados por arcontes. Al sur se ha perdido el príncipe, convertido en el Príncipe de las Tinieblas. El salió de la Luz y conserva la nostalgia de la misma. Ha intentado organizar un reino, pero sus compañeros se agitan en un perpetuo desorden, se desgarran mutuamente, mueren y renacen sin cesar. En un momento que marca el principio del tiempo, el Príncipe de las Tinieblas vislumbra el reino de la Luz; envidioso, decide atacarlo. El Padre de la Grandeza queda sorprendido por este ataque. Inventa un escudo, un combatiente que será el hombre original. Éste tendrá como aliados el aire, el fuego, la luz, el agua y el viento. Sin embargo, el hombre original es vencido y es llevado prisionero al reino de las Tinieblas. Así, una parcela de la divinidad se halla en las manos del príncipe enemigo.El prisionero dirige a Dios una plegaria y la repite siete veces. El Padre de la Grandeza suscita entonces una serie de creaciones, intermediarias entre el Reino y los dominios de las Tinieblas. Por esta “escalera” desciende el Espíritu vivo que tiende la mano al prisionero y lo libera. Sin embargo, el hombre primordial ha debido abandonar abajo los atributos que le habían acompañado, es decir, su alma. Los demonios, furiosos, aprietan estos vestigios de la luz divina y con ellos moldean a Adán y Eva, seres de materia, a los que logran sustraer el recuerdo de lo que tienen de divino en su origen.Pero lo que pertenece a Dios no podría permanecer prisionero más allá de los tiempos. El germen divino y las fuerzas de lo Alto se han aliado mediante el hilo vivo del Conocimiento (la Gnosis), y éste amor del ser por lo que él es restituye a Dios lo que se hallaba prisionero en el umbral de la Eternidad. (Jean Blum, Misterio y mensaje de los cátaros, Editorial EDAF S. A. Madrid, 1995, págs. 81 y 82).
Hay que agregar que el dualismo mazdeísta, la
religión de Zoroastro, contempla la resolución del conflicto entre el Bien y el
Mal para el “fin de los tiempos”, momento en que un Salvador o Mesías –llamado
por ellos Shaosyant o Sôshyans, “el Victorioso”–, nacido de una
virgen, que está destinado a ser el último profeta, vendrá al mundo para
redimir a los mortales, resucitar a los muertos e instaurar un reino de
inmortalidad.
Está de más
decir que la doctrina de Manes fue no sólo repudiada por Roma, sino también por
el zoroastrismo ortodoxo, lo que finalmente lo condujo a la muerte en el año
276 ordenada por un rey de la dinastía sasánida, que reinó en Persia desde principios del
siglo III hasta la caída del país en manos de los árabes en el año 652.
En relación al
maniqueísmo, hay una muy curiosa alusión
que Edouard Schuré hizo al pasar, en una nota a pie de página en el segundo
capítulo de su Tratado de Cosmogonía, en que habla de la misión del
maniqueísmo. En esta nota Schuré señala textualmente:
La Fraternidad de los Maniqueos reside
en Sudamérica, en la región conocida por la Puna de Atacama, en los límites de
Chile, Bolivia y Perú. Está formada por 12 Maestros y su influencia se extiende
por todos los países sudamericanos, en los cuales actúan algunos de sus
principales discípulos… (Edouard Schuré, Tratado de Cosmogonía,
Editorial Humanitas, S. L., Barcelona, 1990, p. 25)
Esta línea de pensamiento refuerza la
idea de que los centros espirituales del mundo están, en realidad, en constante
movimiento. No son pocos quienes han expresado la opinión de que estos centros
de enseñanza pudieran estarse desplazando lentamente en dirección a Occidente y
cambiando su localización hacia algunas regiones del Hemisferio Sur. También
tendremos ocasión de volver tras esta pista.
En todo caso, la existencia de
tradiciones mesiánicas más allá de las enseñanzas judías sugiere que los
acontecimientos de Palestina pudieran ser secuela de una historia paralela que
revela la existencia de una religión eterna, de cierta sabiduría perenne a la
que habrían tenido acceso sólo unos cuantos iniciados o iluminados en los grandes misterios de la existencia humana. Ernst
Scott habla, de hecho, de un “pueblo del secreto” o hermandad de iniciados que
estaría detrás de una gran cantidad de enseñanzas que a lo largo de la historia
–aun cuando vistieran el ropaje exterior de la cultura en que se desarrollaron–
abrevaron de una fuente común de conocimiento oculto. Es en este punto que se
tocan las leyendas, las fábulas, las narraciones mitológicas, las tradiciones
esotéricas y las enseñanzas religiosas tradicionales (ver Ernest Scott, El
pueblo del secreto. Editorial Sirio, 1990).
Para Scott, lo que hoy es Afganistán
podría ser el foco de muchas de estas enseñanzas: las tradiciones védicas de la
India, el budismo lamaísta, el iluminismo, la alquimia, la tradición
trovadoresca, la masonería, las enseñanzas de Gurdjieff, el rosicrucianismo, el
teosofismo, la antroposofía y otras corrientes estarían relacionadas, a través
del sufismo, con el Afganistán antiguo. Según esta concepción de la historia, el
sufismo sería una tradición muy anterior al islamismo que sólo se adscribió a
este por conveniencia, tanto como el esenismo al judaísmo o el gnosticismo al
cristianismo posterior.
Dicho sea de paso, según este autor
Afganistán es el hogar de una comunidad que dice ser descendiente del Nasara
–¿el Nazareno?–, cuyos miembros se autoproclaman “los verdaderos cristianos” y
afirman ser descendientes de las tribus perdidas del pueblo hebreo, llamándose
a sí mismos los Beni Israel. Esta es una tradición difícilmente
comprobable. De ser cierta, se trataría de un grupo muy minoritario de gentes
que han de haber mantenido su identidad en reserva por largos períodos de
tiempo. En cuanto a su origen es posible que fueran descendientes de judíos
desgajados del cautiverio de Babilonia –o tal vez más tardíos, exiliados luego
de la caída del Segundo Templo–, que pudieron haber mantenido contactos
posteriores con diversos grupos
gnósticos y con monjes nestorianos, entre otros.
El mismo Zoroastro, se dice, pasó gran
parte de su vida en Balkh, antigua ciudad del Turquestán afgano a la que se le
daba el título de “madre de las ciudades”, y que la investigadora Alexandra
David-Neil cree estar íntimamente relacionada con Shambhala (tal vez hubiera en
la ciudad, o cerca de ella, algún punto de acceso al “mundo interior”). Balkh
es en realidad la antigua Bactria, capital de la Bactriana, territorio ubicado
al norte del Hindu Kush, al noroeste de Kabul, en el Afganistán actual. El Zend
Avesta cuenta que esta región habría sido la cuna de los antiguos arios. Entre
otras cosas, Bactria fue un antiguo centro del culto solar a Mithra. Sobre esta
antigua ciudad, anota Scott que las tradiciones populares afganas afirman que
después de la conquista musulmana fue conocida como la Elevada Vela o Shams-i-Bala,
lo cual sería evidentemente una transliteración al persa clásico del término
sánscrito Shambhala. Otra explicación para este alcance de nombres es
sugerida por el investigador y diplomático J. G. Bennett, discípulo de
Gurdjieff, quien explica que el nombre de la mítica ciudad subterránea pudiera
ser una derivación del concepto de ciudad eterna o Eterna Balkh (Shams-i-Balkh),
donde estuvo el templo del Sol bactrio, lo cual es también sostenido por el
escritor sufi Idries Shah (ver John G. Bennett, Gurdjieff, Ed. Sirio).
(Continuará)
Fragmento de El Evangelio de la Luz, de Javier Orrego C.
Javier, llegué hasta aquí a través de Twitter, leí esta última entrada y no solo me pareció muy interesante, sino también muy instructiva. Tienes un blog para recorrer con tiempo. Me gustó desde la estética hasta el contenido.
ResponderEliminarUn abrazo.
HD
La Fraternidad de los Maniqueos residen en Sudamerica...?
ResponderEliminarComo llega Edouard Schuré a esa conclución? Si es así como contactarlos?
No me queda claro esta aseveración...
Saludos,
Levithian
Quito-Ecuador