El Preste Juan y la conexión afgana del misterio cristiano

Según algunas fuentes de la tradición cristiana, en 1165 tres importantes y poderosos regentes de la cristiandad, el Papa Alejandro III y los emperadores de Oriente y Occidente, Federico Barbarroja y Manuel Comeno, recibieron una carta de un enigmático soberano que se autoproclamaba “rey cristiano-nestoriano”. En la misiva el misterioso personaje hablaba de la existencia de un verdadero paraíso terrestre en el que, entre otros muchos tesoros, se encontraba la fuente de la eterna juventud y donde sus habitantes vivían en una felicidad perpetua. Luego, la leyenda le atribuyó a este rey, conocido como Preste Juan, la propiedad de una “piedra mágica” capaz de devolver la vista a los ciegos y hacer invisibles a los hombres. Esta “piedra”, obviamente, nos recuerda al Grial, cuyas historias comenzaron a circular por toda Europa aproximadamente por las mismas fechas, el cual para Wolfran von Eschembach –autor del Parzival–, era una “piedra” caída del cielo (o más específicamente, de la frente de Lucifer, el “portador de la Luz”).
También se le atribuyó al Preste Juan el honor de ser el custodio del Arca de la Alianza, otro objeto sagrado (de hecho el más sagrado de toda la historia de Israel), aún más misterioso que el Grial. Recordemos que el Arca, que era para los judíos un símbolo de la Primera Alianza establecida por Dios con los hombres, ha estado perdida para la historia humana desde los tiempos de la caída del Segundo Templo en manos de los romanos en el curso de la segunda mitad del siglo I. El Grial, por contrapartida, es un símbolo –netamente cristiano– que evoca la renovación de esa Alianza instaurada por medio del sacrificio del Hijo de Dios.
Y el Preste Juan, el rey misterioso, guardaba ambos en su sede pontificial. Hay que tener presente que en la imaginería medieval el Arca terminó por ser un símbolo mariano por excelencia debido a que María había llevado a en su seno al Cristo, personificación de la nueva Ley (podríamos decir, tomando prestada una noción del budismo tibetano, el Dharmakâya personificado, en tanto que principio espiritual presente en el interior de todo ser viviente). De este modo la intuición artística aunaba ambos significados, en forma alegórica, en una sola representación.    
Ahora bien, se puede extraer una muy importante señal en esta auto-proclamación del Preste Juan como rey cristiano-nestoriano. Nestorio fue un patriarca de Constantinopla del siglo V que fue declarado hereje luego de que planteara que nadie debía pensar en María como en la “Madre de Dios” (Theotokos)  puesto que ella no había sido más que un ser humano como todos y el nacimiento de Jesús habría tenido las mismas características de cualquier otro nacimiento humano. De hecho, Nestorio pensaba que más que el calificativo de Theotokos, a María le cabía el de Christotokos (Madre de Cristo). Con esto pretendía que no se confundieran las dos naturalezas de Jesús, la divina y la humana.
De todo esto se deducía, evidentemente, que la virginidad de la Virgen no tenía su fundamento en el plano meramente físico y, por lo tanto, que Jesús no vino al mundo como un ser divino. Su planteamiento se basaba en el criterio de la escuela teológica de Antioquia y en la herejía adopcionista según la cual Jesús era un hombre que se convirtió en dios y no un dios que se hizo hombre. De acuerdo con la opinión sustentada por el adopcionismo, que fue predicado por Pablo de Samosata en el siglo III, Jesús era “hijo de Dios” no por naturaleza, sino por gracia.
Nestorio fue declarado hereje en el año 431, tras lo cual debió soportar el exilio en el desierto egipcio. Sin embargo, su influencia se extendió enormemente. Sus seguidores formaron un centro de resistencia en Edessa, al norte de Mesopotamia (la actual Urfa, en la Turquía meridional) lo que facilitó, entre otras cosas, el hecho de que la iglesia de Persia se hiciera nestoriana. Otra consecuencia de estas disputas fue el alejamiento de la iglesia de Egipto de la ortodoxia romana lo que facilitó, entre otras cosas, el surgimiento de la forma copta del cristianismo.
El nestorianismo, por su parte, se extendió por el Oriente, llegando a tener cierta influencia en Siria, Mesopotamia (actual Irak) y la misma Persia (Irán), e incluso hasta en la India, China y el Tíbet. Hay quien sostiene la opinión que la influencia nestoriana llegó incluso a manifestarse en las creencias religiosas de Gengis Khan. Se cuenta que cuando el gran conquistador mongol ocupó la ciudad de Bokhara en el Asia Central predicó en una mezquita a los creyentes musulmanes –que le hicieron ver que la religión del país exigía una peregrinación a La Meca– lo siguiente: “El poder de los cielos no está sólo en un lugar, sino en los cuatro ángulos de la Tierra”. La religión de Gengis Khan era estrictamente monoteísta y puede ser resumida en los siguientes términos: “Hay un solo Dios, creador del cielo y de la Tierra, que nos concede la vida o la muerte, riquezas o miseria, y que tiene sobre todo un poder absoluto”. Se piensa que en esta forma de pensar del emperador mongol pudiera haber influido cierto contacto mantenido en China con monjes cristianos nestorianos (Historia del Mundo, J. Pijoan, Salvat Editores S. A., Barcelona, 1930, T. III, págs. 431-432). De hecho, hay evidencia de la existencia de enseñanzas cristianas en China desde el siglo V en adelante, hasta más o menos el siglo XI (ver Los Sutras de Jesús, de Martin Palmer, Editorial Edaf, S.A., Madrid, 2002).
Este dato no es menor para lo que viene en relación a la tesis central de El Evangelio de la Luz, a saber: que hay un lazo íntimo entre las “enseñanzas hierofánticas” de Jesús y ciertos secretos custodiados en el seno de las instituciones religiosas fundamentales de los pueblos de Oriente. De hecho el nestorianismo cohabitó sin mayores inconvenientes con el Islam luego de la conquista árabe de Persia producida en el 637, y también con el hinduismo, el budismo y el zoroastrismo, específicamente en el Asia Central. Según Elizabeth C. Prophet, Roerich afirmaba haber encontrado en el Tíbet cruces nestorianas:
No lejos de Leh, sobre una colina pedregosa, hay tumbas antiguas que se cree son prehistóricas y recuerdan a las antigüedades druídicas. Tampoco está lejana la tumba del antiguo mongol Kham, quien trató de conquistar Ladak. Hay también en este valle cruces nestóricas que recuerdan una vez más lo extendidos que estuvieron por Asia el nestorianismo y el maniqueísmo. (Elizabeth Claire Prophet, Los años perdidos de Jesús, Editorial EDAF S. A., Madrid, 1996, p. 201 (citando la obra En el corazón de Asia, de N. Roerich)
Esto es particularmente interesante. De hecho algunos investigadores son de la opinión que los nestorianos mantuvieron un estrecho contacto con los verdaderos herederos de las enseñanzas de Jesús, a los que identifican con el nombre de “nazareos” o nazarenos (ver M. Baigent, R. Leigh, H. Lincoln, básicamente en El enigma sagrado y El legado mesiánico; Laurence Gardner, La herencia del Santo Grial y Hugh Schonfield, El Complot de Pascua, Jesús, ¿Mesías o Dios?, etc.). Y hay quienes ven en cierta comunidad nestoriana consagrada a San Juan Bautista instalada en algún lugar del desierto de Gobi en China, la verdadera fuente de la leyenda del Preste Juan (Historia del Mundo, J. Pijoan, T. III, p. 432). Es posible que esta comunidad, u otra asociada, estuviese emplazada en algún lugar de la enorme meseta del Tíbet o entre los escarpados riscos de los montes Kuen Lun, el Kara Korum o los Himalaya, cerca de Cachemira, lugar donde algunas fuentes señalan que se encuentra la tumba del Santo Issa, como es conocido Jesús en esas regiones. Tendremos la ocasión de volver a ello.
El maniqueísmo, por su parte, fue un movimiento religioso de carácter gnóstico fundado en Persia en el curso del siglo III por Manes (o Mani). Éste afirmaba que era un apóstol de Jesús y se consideró a sí mismo un instrumento del Paracletos (Espíritu Santo) prometido por Cristo y, por tanto, un mensajero o enviado en la misma línea sucesoria de los antiguos profetas y mensajeros divinos.
Según Manes, los principales entre estos mensajeros fueron Zoroastro, el Buda y el mismo Jesucristo. Y él sería –lo declara a los cuatro vientos– su sucesor legítimo. Su objetivo es fundar una religión universal basada en las enseñanzas de sus antecesores. En esencia, la doctrina maniquea –que ejerció enorme influencia en el movimiento cátaro de los siglos XII y XIII–, se basa en el dualismo mazdeísta que propugna la existencia de dos principios universales de cuya lucha procede toda la Creación. Estos dos principios son el Bien y el Mal (luz y tinieblas, mentira y verdad, etc.). Pero lo específico del maniqueísmo es que asocia de manera radical el principio del Mal a la materia, el mundo físico.
Según el dualismo maniqueo, todo el Universo material ha sido creado por un Demiurgo (Creador) tenebroso, enemigo de Dios. El alma humana se haya cautiva en este Universo material. La Gnosis, por su parte –que es el conocimiento de las verdades divinas y es entendida como una iluminación–, tiende un puente entre esta alma cautiva y el principio espiritual. Por tanto, la Gnosis devendría en ser la única vía de salvación para el ser humano. 
Hay en una obra del historiador Jean Blum una hermosa descripción de la cosmogonía maniquea:
Junto a los conceptos filosóficos abstractos, la cosmogonía del maniqueísmo no carece de poesía ni de originalidad: al norte se haya el reino de la luz, gobernado por el Padre de la Grandeza. Está rodeado de eones gobernados por arcontes. Al sur se ha perdido el príncipe, convertido en el Príncipe de las Tinieblas. El salió de la Luz y conserva la nostalgia de la misma. Ha intentado organizar un reino, pero sus compañeros se agitan en un perpetuo desorden, se desgarran mutuamente, mueren y renacen sin cesar. En un momento que marca el principio del tiempo, el Príncipe de las Tinieblas vislumbra el reino de la Luz; envidioso, decide atacarlo. El Padre de la Grandeza queda sorprendido por este ataque. Inventa un escudo, un combatiente que será el hombre original. Éste tendrá como aliados el aire, el fuego, la luz, el agua y el viento. Sin embargo, el hombre original es vencido y es llevado prisionero al reino de las Tinieblas. Así, una parcela de la divinidad se halla en las manos del príncipe enemigo.El prisionero dirige a Dios una plegaria y la repite siete veces. El Padre de la Grandeza suscita entonces una serie de creaciones, intermediarias entre el Reino y los dominios de las Tinieblas. Por esta “escalera” desciende el Espíritu vivo que tiende la mano al prisionero y lo libera. Sin embargo, el hombre primordial ha debido abandonar abajo los atributos que le habían acompañado, es decir, su alma. Los demonios, furiosos, aprietan estos vestigios de la luz divina y con ellos moldean a Adán y Eva, seres de materia, a los que logran sustraer el recuerdo de lo que tienen de divino en su origen.Pero lo que pertenece a Dios no podría permanecer prisionero más allá de los tiempos. El germen divino y las fuerzas de lo Alto se han aliado mediante el hilo vivo del Conocimiento (la Gnosis), y éste amor del ser por lo que él es restituye a Dios lo que se hallaba prisionero en el umbral de la Eternidad. (Jean Blum, Misterio y mensaje de los cátaros, Editorial EDAF S. A. Madrid, 1995, págs. 81 y 82).
 Hay que agregar que el dualismo mazdeísta, la religión de Zoroastro, contempla la resolución del conflicto entre el Bien y el Mal para el “fin de los tiempos”, momento en que un Salvador o Mesías –llamado por ellos Shaosyant o Sôshyans, “el Victorioso”–, nacido de una virgen, que está destinado a ser el último profeta, vendrá al mundo para redimir a los mortales, resucitar a los muertos e instaurar un reino de inmortalidad. 
Está de más decir que la doctrina de Manes fue no sólo repudiada por Roma, sino también por el zoroastrismo ortodoxo, lo que finalmente lo condujo a la muerte en el año 276 ordenada por un rey de la dinastía sasánida, que reinó en Persia desde principios del siglo III hasta la caída del país en manos de los árabes en el año 652.
En relación al maniqueísmo, hay una muy curiosa alusión que Edouard Schuré hizo al pasar, en una nota a pie de página en el segundo capítulo de su Tratado de Cosmogonía, en que habla de la misión del maniqueísmo. En esta nota Schuré señala textualmente:
La Fraternidad de los Maniqueos reside en Sudamérica, en la región conocida por la Puna de Atacama, en los límites de Chile, Bolivia y Perú. Está formada por 12 Maestros y su influencia se extiende por todos los países sudamericanos, en los cuales actúan algunos de sus principales discípulos… (Edouard Schuré, Tratado de Cosmogonía, Editorial Humanitas, S. L., Barcelona, 1990, p. 25)
Esta línea de pensamiento refuerza la idea de que los centros espirituales del mundo están, en realidad, en constante movimiento. No son pocos quienes han expresado la opinión de que estos centros de enseñanza pudieran estarse desplazando lentamente en dirección a Occidente y cambiando su localización hacia algunas regiones del Hemisferio Sur. También tendremos ocasión de volver tras esta pista.
En todo caso, la existencia de tradiciones mesiánicas más allá de las enseñanzas judías sugiere que los acontecimientos de Palestina pudieran ser secuela de una historia paralela que revela la existencia de una religión eterna, de cierta sabiduría perenne a la que habrían tenido acceso sólo unos cuantos iniciados o iluminados en los grandes misterios de la existencia humana. Ernst Scott habla, de hecho, de un “pueblo del secreto” o hermandad de iniciados que estaría detrás de una gran cantidad de enseñanzas que a lo largo de la historia –aun cuando vistieran el ropaje exterior de la cultura en que se desarrollaron– abrevaron de una fuente común de conocimiento oculto. Es en este punto que se tocan las leyendas, las fábulas, las narraciones mitológicas, las tradiciones esotéricas y las enseñanzas religiosas tradicionales (ver Ernest Scott, El pueblo del secreto. Editorial Sirio, 1990).
Para Scott, lo que hoy es Afganistán podría ser el foco de muchas de estas enseñanzas: las tradiciones védicas de la India, el budismo lamaísta, el iluminismo, la alquimia, la tradición trovadoresca, la masonería, las enseñanzas de Gurdjieff, el rosicrucianismo, el teosofismo, la antroposofía y otras corrientes estarían relacionadas, a través del sufismo, con el Afganistán antiguo. Según esta concepción de la historia, el sufismo sería una tradición muy anterior al islamismo que sólo se adscribió a este por conveniencia, tanto como el esenismo al judaísmo o el gnosticismo al cristianismo posterior.
Dicho sea de paso, según este autor Afganistán es el hogar de una comunidad que dice ser descendiente del Nasara –¿el Nazareno?–, cuyos miembros se autoproclaman “los verdaderos cristianos” y afirman ser descendientes de las tribus perdidas del pueblo hebreo, llamándose a sí mismos los Beni Israel. Esta es una tradición difícilmente comprobable. De ser cierta, se trataría de un grupo muy minoritario de gentes que han de haber mantenido su identidad en reserva por largos períodos de tiempo. En cuanto a su origen es posible que fueran descendientes de judíos desgajados del cautiverio de Babilonia –o tal vez más tardíos, exiliados luego de la caída del Segundo Templo–, que pudieron haber mantenido contactos posteriores  con diversos grupos gnósticos y con monjes nestorianos, entre otros.
El mismo Zoroastro, se dice, pasó gran parte de su vida en Balkh, antigua ciudad del Turquestán afgano a la que se le daba el título de “madre de las ciudades”, y que la investigadora Alexandra David-Neil cree estar íntimamente relacionada con Shambhala (tal vez hubiera en la ciudad, o cerca de ella, algún punto de acceso al “mundo interior”). Balkh es en realidad la antigua Bactria, capital de la Bactriana, territorio ubicado al norte del Hindu Kush, al noroeste de Kabul, en el Afganistán actual. El Zend Avesta cuenta que esta región habría sido la cuna de los antiguos arios. Entre otras cosas, Bactria fue un antiguo centro del culto solar a Mithra. Sobre esta antigua ciudad, anota Scott que las tradiciones populares afganas afirman que después de la conquista musulmana fue conocida como la Elevada Vela o Shams-i-Bala, lo cual sería evidentemente una transliteración al persa clásico del término sánscrito Shambhala. Otra explicación para este alcance de nombres es sugerida por el investigador y diplomático J. G. Bennett, discípulo de Gurdjieff, quien explica que el nombre de la mítica ciudad subterránea pudiera ser una derivación del concepto de ciudad eterna o Eterna Balkh (Shams-i-Balkh), donde estuvo el templo del Sol bactrio, lo cual es también sostenido por el escritor sufi Idries Shah (ver John G. Bennett, Gurdjieff, Ed. Sirio).

(Continuará)
Fragmento de El Evangelio de la Luzde Javier Orrego C.

2 comentarios:

  1. Javier, llegué hasta aquí a través de Twitter, leí esta última entrada y no solo me pareció muy interesante, sino también muy instructiva. Tienes un blog para recorrer con tiempo. Me gustó desde la estética hasta el contenido.
    Un abrazo.
    HD

    ResponderEliminar
  2. La Fraternidad de los Maniqueos residen en Sudamerica...?
    Como llega Edouard Schuré a esa conclución? Si es así como contactarlos?
    No me queda claro esta aseveración...

    Saludos,

    Levithian
    Quito-Ecuador

    ResponderEliminar