Leyes fundamentales de la estupidez humana, según C.M. Cipolla

La humanidad se encuentra -y sobre esto el acuerdo es unánime- en un estado lamentable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación lamentable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente inviable -y me atrevería a decir estúpido- en que fue organizada la vida desde sus comienzos.
Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies desde el gusano al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafia o que el complejo industrial-militar.
Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatutos, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. Es preciso subrayar a este respecto que este ensayo no es ni producto del cinismo ni un ejercicio de derrotismo social. Las páginas que siguen son, de hecho, el resultado de un esfuerzo constructivo por investigar, conocer y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana.

PRIMERA LEY FUNDAMENTAL
Esta Ley afirma sin ambigüedad que:


“Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”

A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Considérese lo que sigue. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:
a) personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas;
b) día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos. La Primera Ley Fundamental impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo  σ (sigma).

SEGUNDA LEY FUNDAMENTAL
Las tendencias culturales que prevalecen hoy en día en los países occidentales favorecen una visión igualitaria de la humanidad. Se prefiere pensar en el hombre como el producto en masa de una cadena de montaje perfectamente organizada. La genética y la sociología, sobre todo, se esfuerzan por probar, con una cantidad impresionante de datos científicos y formulaciones, que todos los hombres son iguales por naturaleza, y que si algunos son más iguales que otros, esto ha de ser atribuido a la educación y al ambiente social, y no a la Madre Naturaleza.
Se trata de una opinión extendida que personalmente no comparto. Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo. En definitiva, uno nace estúpido por designio inescrutable de la Divina Providencia. Aunque estoy convencido de que una fracción  σ de seres humanos es estúpida, y de que lo es por designio de la Providencia, no soy un reaccionario que pretende introducir de nuevo furtivamente discriminaciones de clase o de raza.
Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante. 

Este hecho está expresado científicamente en la Segunda Ley Fundamental:  
la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona
A este propósito, la Naturaleza parece realmente haberse superado a sí misma. Es sabido que la Naturaleza, de un modo más bien misterioso, actúa de tal manera que mantiene constante la frecuencia relativa de ciertos fenómenos naturales. Por ejemplo, tanto si los hombres se reproducen en el polo norte como en el ecuador, si las parejas que se unen son desarrolladas o subdesarrolladas, si son negras, blancas o amarillas, la proporción varón-mujer entre los recién nacidos es constante, con un ligero predominio de los varones. No sabemos de qué manera la Naturaleza obtiene este extraordinario resultado, pero sabemos que para obtenerlo debe operar con grandes números. 
El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que esta frecuencia sea siempre y dondequiera igual a la probabilidad Þ, independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto si se someten a examen grupos muy amplios como grupos reducidos.
Ningún otro tipo de fenómenos objeto de observación ofrece una prueba tan singular del poder de la Naturaleza. La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad  σ nos la han proporcionado una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo. Podemos clasificar la población de una universidad en cuatro grandes grupos: ordenanzas, empleados, estudiantes y cuerpo docente.
Cada vez que se analizó el grupo de ordenanzas se halló que una fracción  σ eran estúpidos. Teniendo en cuenta que el valor de  σ era más elevado de lo que se esperaba (Primera Ley), se juzgó, de entrada, pagando el tributo a las modas en vigor, que era debido a la pobreza de las familias de las que generalmente proceden los ordenanzas, y también a su escasa instrucción. Pero al analizar los grupos más elevados se encontró que el mismo porcentaje dominaba también entre los empleados y los estudiantes.
Más impresionantes todavía fueron los resultados obtenidos entre el cuerpo docente. Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción  σ de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especialmente seleccionado, a una auténtica “elite”, a los galardonados con el premio Nobel.
El resultado confirmó los poderes supremos de la Naturaleza: una fracción  σ de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos. Este resultado es difícil de aceptar y de digerir, pero existen demasiadas pruebas experimentales que confirman básicamente su validez. La Segunda Ley Fundamental es una ley de hierro, y no admite excepciones. El Movimiento para la Liberación de la Mujer apreciará en todo su valor la Segunda Ley, por cuanto esta ley demuestra que los individuos estúpidos son proporcionalmente tan numerosos entre los hombres como entre las mujeres.
La población de los países del Tercer Mundo hallará consuelo en esta Segunda Ley, en la medida en que demuestra que los pueblos llamados “desarrollados” no son al fin y al cabo tan desarrollados. Guste o no guste esta Segunda Ley Fundamental, en cualquier caso sus implicaciones son diabólicamente inevitables. Tanto si uno se dedica a frecuentar los círculos elegantes como si se refugia entre los cortadores de cabezas de la Polinesia, si se encierra en un monasterio o decide pasar el resto de su vida en compañía de mujeres hermosas y lujuriosas, persiste el hecho de que deberá siempre enfrentarse al mismo porcentaje de gente estúpida, porcentaje que (de acuerdo con la Primera Ley) superará siempre las previsiones más pesimistas.


UN INTERVALO TÉCNICO
Los individuos se caracterizan por diferentes grados de propensión a la socialización. Existen individuos para quienes cualquier contacto con otros individuos es una dolorosa necesidad. Éstos se ven obligados, literalmente, a soportar a las personas. En el otro extremo del espectro, se hallan los individuos que no pueden soportar de ningún modo vivir solos, y están dispuestos a pasar el tiempo incluso en compañía de personas que desprecian antes que estar solos.
Entre estos dos extremos, existe una gran variedad de situaciones, si bien la gran mayoría de personas se halla más próxima al tipo que no puede soportar la soledad que al tipo que no es propenso a las relaciones humanas. Aristóteles reconoció este hecho cuando escribió que “el hombre es una animal social”, y la validez de su afirmación está demostrada por el hecho de que nos movemos en grupos sociales, que existen más personas casadas que solteras, que se malgasta mucho dinero y tiempo en exasperantes y aburridas fiestas, y que la palabra soledad generalmente tiene connotaciones negativas.
Tanto si uno pertenece al tipo solitario como si pertenece al tipo mundano, en cualquier caso tiene que tratar con la gente, si bien con intensidad diferente. De vez en cuando también los solitarios se encuentran con personas. Además, uno se pone en relación con los seres humanos incluso evitándolos. Lo que podría haber hecho por un individuo o por un grupo, y no lo he hecho, representa un “coste-oportunidad” (es decir, una ganancia frustrada o pérdida) para aquella persona concreta o grupo concreto.
La moraleja es que cada uno de nosotros tiene una especie de cuenta corriente con cada uno de los demás. De cualquier acción, u omisión, cada uno de nosotros obtiene una ganancia o una pérdida, y al mismo tiempo proporciona una ganancia o una pérdida a algún otro. La ganancia puede ser positiva, nula o negativa; una ganancia negativa equivale a una pérdida. En las ganancias y las pérdidas deben incluirse también las recompensas y las satisfacciones psicológicas y emotivas, y los estrés psicológicos y emotivos. Estos son bienes (o males) inmateriales y, por lo tanto, difíciles de medir con parámetros objetivos.
El análisis del tipo costes-beneficios puede ayudar a resolver el problema, aunque no completamente; pero no quiero aburrir al lector con detalles técnicos: un margen de imprecisión puede afectar a la medición, pero no afecta a la esencia del argumento. En todo caso, un punto debe quedar claro. Al considerar las acciones de una persona, y al valorar los beneficios o las pérdidas que esa persona obtiene, se debe tener en cuenta su sistema de valores; pero para determinar la ganancia o la pérdida de la persona o grupo de personas con quienes se relaciona es absolutamente indispensable tomar como referencia el sistema de valores de éstas últimas.
Con demasiada frecuencia se olvida esta norma de juego limpio, y muchos problemas surgen precisamente del hecho de que no se respeta este principio de conducta cívica. Recurramos a un ejemplo trivial, protagonizado por dos individuos, a los que llamaremos Ticio y Cayo. Ticio da un golpe a Cayo y obtiene por ello una satisfacción. Tal vez Ticio sostenga que Cayo es feliz por haber recibido un golpe. Pero es muy probable que Cayo no sea de la misma opinión. Es más, puede que Cayo considere que el golpe ha sido un desagradabilísimo incidente. Si el golpe de Cayo ha sido una ganancia o una pérdida para Cayo, es Cayo quien debe decidirlo, y no Ticio.

TERCERA LEY FUNDAMENTAL (LEY DE ORO)
Esta Ley presupone, aunque no lo enuncie explícitamente, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Si Ticio comete una acción y obtiene una pérdida, al mismo tiempo que procura un beneficio a Cayo, ha actuado como un incauto; si realiza una acción de la que obtiene un beneficio, y al mismo tiempo procura un beneficio también para Cayo, ha actuado inteligentemente; si realiza una acción de la que obtiene un beneficio causando un perjuicio a Cayo, ha actuado como un malvado. La Tercera Ley Fundamental aclara explícitamente que:

“Una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí misma, o incluso obteniendo un perjuicio”
A la vista de esta Tercera Ley Fundamental, las personas racionales reaccionan instintivamente con escepticismo e incredulidad. El caso es que las personas razonables tienen dificultades para imaginar y comprender un comportamiento irracional. Pero dejémonos de teorías y veamos qué es lo que nos ocurre en la práctica en la vida diaria. Todos nosotros recordamos ocasiones en que, desgraciadamente, estuvimos relacionados con un individuo que consiguió una ganancia, causándonos un perjuicio a nosotros: nos encontrábamos frente a un malvado. También podemos recordar ocasiones en que un individuo realizó una acción, cuyo resultado fue una pérdida para él y una ganancia para nosotros: habíamos entrado en contacto con un incauto. Igualmente nos vienen a la memoria ocasiones en que un individuo realizó una acción de la que ambas partes obtuvimos provecho: se trataba de una persona inteligente. Tales casos ocurren continuamente.
Pero si reflexionamos bien, habrá que admitir que no representan la totalidad de los acontecimientos que caracterizan nuestra vida diaria. Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación -o mejor dicho- sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida.
Distribución de la frecuencia La mayor parte de las personas no actúa de un modo coherente. En determinadas circunstancias una persona actúa inteligentemente, y en otras esta misma persona puede comportarse como una incauta. La única excepción importante a la regla la representan las personas estúpidas que, normalmente, muestran la máxima tendencia a una total coherencia en cualquier campo de actuación.
Una persona inteligente puede alguna vez comportarse como una incauta, como puede también alguna vez adoptar una actitud malvada. Pero, puesto que la persona en cuestión es fundamentalmente inteligente, la mayor parte de sus acciones tendrán la característica de la inteligencia. El hecho de que sea posible analizar a los individuos en vez de sus acciones, permite hacer algunas digresiones sobre la frecuencia de los malvados y de los estúpidos.
El malvado perfecto es aquel que con sus acciones causa a otro pérdidas equivalentes a sus ganancias. El tipo de malvado más ordinario es el ladrón. Una persona que roba 10.000 pesos, sin causar daños posteriores, es un malvado perfecto: tú pierdes 10.000 pesos, él gana 10.000 pesos. Sin embargo, los malvados perfectos son relativamente pocos. Los malvados que obtienen para sí ganancias mayores que las pérdidas que ocasionan a los demás son deshonestos y con un grado elevado de inteligencia, pero, desgraciadamente, no son muy numerosos.
La mayor parte de los malvados son individuos cuyas acciones les proporcionan beneficios inferiores a las pérdidas ocasionadas a los demás. Si alguien hace que te caigas y te rompas una pierna para quitarte 100 pesos, o te causa daños en el automóvil por un valor de 5.000 pesos para robarte una radio insignificante, por la que no va a obtener más de 300, si alguien te dispara y te mata con el único objetivo de pasar una noche en Montecarlo en compañía de tu mujer, podemos estar seguros de que no se trata de un malvado “perfecto”. Aun utilizando sus parámetros para medir sus ganancias (pero usando los nuestros para medir nuestras pérdidas), este individuo se situará muy cerca del límite de la estupidez pura.
La distribución de la frecuencia de personas estúpidas es completamente diferente de la distribución de los malvados, de los inteligentes y de los incautos. La razón de esto es que la gran mayoría de personas estúpidas son fundamental y firmemente estúpidas; en otras palabras, insisten con perseverancia en causar daños o pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí, sea esto positivo o negativo. Pero aún hay más. Existen personas que, con sus inverosímiles acciones, no sólo causan daños a otras personas, sino también a sí mismas. Estas personas pertenecen al género de los superestúpidos.

ESTUPIDEZ Y PODER
Como ocurre con todas las criaturas humanas, también los estúpidos influyen sobre otras personas con intensidad muy diferente. Algunos estúpidos causan normalmente sólo perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales. Algunos individuos heredan dosis considerables del gen de la estupidez, y gracias a tal herencia pertenecen, desde su nacimiento, a la elite de su grupo. El segundo factor que determina el potencial de una persona estúpida procede de la posición de poder o de autoridad que ocupa en la sociedad.
Entre los burócratas, militares, políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje  σ de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u ocupan). ¡Ah!, y no nos olvidemos de los prelados. La pregunta que a menudo se plantean las personas razonables es cómo es posible que estas personas estúpidas lleguen a alcanzar posiciones de poder o de autoridad.
Las clases y las castas (tanto laicas como eclesiásticas) fueron las instituciones sociales que permitieron un flujo constante de personas estúpidas a puestos de poder en la mayoría de las sociedades preindustriales. En el mundo industrial moderno, las clases y las castas van perdiendo cada vez más su importancia. Pero el lugar de las clases y las castas lo ocupan hoy los partidos políticos, la burocracia y la democracia. En el seno de un sistema democrático, las elecciones generales son un instrumento de gran eficacia para asegurar el mantenimiento estable de la fracción Þ entre los poderosos.
Hay que recordar que, según la Segunda Ley, la fracción Þ de personas que votan son estúpidas, y las elecciones les brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los demás, sin obtener ningún beneficio a cambio de su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al mantenimiento del nivel Þ de estúpidos entre las personas que están en el poder.

EL PODER DE LA ESTUPIDEZ
No resulta difícil comprender de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial nocivo de una persona estúpida. Pero nos queda aún por explicar y entender qué es lo que básicamente vuelve peligrosa a una persona estúpida; en otras palabras, en qué consiste el poder de la estupidez.
Esencialmente los estúpidos son peligrosos y funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un “más” a su cuenta. Puesto que no es suficientemente inteligente como para imaginar métodos con que obtener un “más” para sí, procurando también al mismo tiempo un “más” para los demás, deberá obtener su “más” causando un “menos” a su prójimo. Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si uno es racional puede preverlo. En definitiva, se pueden prever las acciones de un malvado, sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden preparar las oportunas defensas.
Con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible. Tal como está implícito en la Tercera Ley Fundamental, una criatura estúpida los perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables. No existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado. Puesto que las acciones de una persona estúpida no se ajustan a las reglas de la racionalidad, de ello se deriva que:

a) generalmente el ataque nos toma por sorpresa;
b) incluso cuando se tiene conocimiento del ataque, no es posible organizar una defensa racional, porque el ataque, en sí mismo, carece de cualquier tipo de estructura racional. El hecho de que la actividad y los movimientos de una criatura estúpida sean absolutamente erráticos e irracionales, no sólo hace problemática la defensa, sino que hace extremadamente difícil cualquier contraataque -como intentar disparar sobre un objeto capaz de los más improbables e inimaginables movimientos-.
 

Esto es lo que pensaba Schiller al afirmar que “contra la estupidez los mismos dioses luchan en vano”. Hay que tener en cuenta también otra circunstancia. La persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todas estas personas, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora.
El estúpido no está inhibido por el sentimiento de autoconsciencia. Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente.

CUARTA LEY FUNDAMENTAL
No hay que asombrarse de que las personas incautas generalmente no reconozcan la peligrosidad de las personas estúpidas. El hecho no representa sino una manifestación más de su falta de previsión. Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que tampoco las personas inteligentes ni las malvadas consiguen muchas veces reconocer el poder devastador y destructor de la estupidez.
Es extremadamente difícil explicar por qué sucede esto. Se puede tan sólo formular la hipótesis de que a menudo tanto los inteligentes como los malvados, cuando son abordados por individuos estúpidos, cometen el error de abandonarse a sentimientos de autocomplacencia y desprecio, en vez de segregar inmediatamente cantidades mayores de adrenalina y preparar la defensa.
Generalmente, se tiende incluso a creer que una persona estúpida sólo se hace daño a sí misma, pero esto significa que se está confundiendo la estupidez con la candidez. A veces hasta se puede caer en la tentación de asociarse con un individuo estúpido con el objeto de utilizarlo en provecho propio. Tal maniobra no puede tener más que efectos desastrosos porque:

a) está basada en la total incomprensión de la naturaleza esencial de la estupidez y
b) da a la persona estúpida oportunidad de desarrollar posteriormente sus capacidades. Uno puede hacerse la ilusión de que está manipulando a una persona estúpida y, hasta cierto punto, puede que incluso lo consiga. Pero debido al comportamiento errático del estúpido, no se pueden prever todas sus acciones y reacciones, y muy pronto uno se verá arruinado y destruido por sus imprevisibles actos.
 

Todo esto aparece claramente sintetizado en la Cuarta Ley Fundamental, que afirma que:
“Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error”
Es lo que pensaba Gracián cuando recomienda: “evita relacionarte con necios”. A lo largo de los siglos, en la vida pública y privada, innumerables personas no han tenido en cuenta la Cuarta Ley Fundamental y esto ha ocasionado pérdidas incalculables a la humanidad.

EL MACROANÁLISIS Y LA QUINTA LEY FUNDAMENTAL
Las consideraciones finales precedentes nos conducen a un análisis de tipo “macro”, según el cual, en vez de bienestar individual, se toma en consideración el bienestar de la sociedad, definido, en este contexto, como la suma algebraica de las condiciones de bienestar individual. Es esencial para efectuar este análisis una completa comprensión de la Quinta Ley Fundamental.
No obstante, es preciso añadir que de las cinco leyes fundamentales la Quinta es, desde luego, la más conocida y su corolario se cita con mucha frecuencia. Esta ley afirma que:

“La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”
El corolario de la ley dice así:
“El estúpido es más peligroso que el malvado”
La formulación de la ley y de su corolario es aún del tipo “micro”. Sin embargo, tal como hemos anunciado, la ley y su corolario tienen profundas implicaciones de naturaleza “macro”. El punto esencial que hay que tener en cuenta es éste: el resultado de la acción de un malvado perfecto representa pura y simplemente una transferencia de riqueza y/o de bienestar. El malvado perfecto, con su acción, habrá añadido un “más” a su cuenta, “más” que equivaldrá exactamente al “menos” que ha ocasionado a otra persona.
La sociedad en su conjunto no ha salido ni beneficiada ni perjudicada. Si todos los miembros de una sociedad fuesen malvados perfectos, la sociedad quedaría en una situación estancada, pero no se producirían grandes desastres. Todo quedaría reducido a transferencias masivas de riqueza y bienestar en favor de aquellos que actúan malvadamente.
Si todos los miembros de una sociedad actuaran malvadamente por turnos regulares, no solamente la sociedad entera, sino incluso cada uno de los individuos, se hallaría en un estado de perfecta estabilidad. Pero cuando los estúpidos entran en acción, las cosas cambian completamente. Las personas estúpidas ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas. Por consiguiente, la sociedad entera se empobrece.
Los incautos dotados de rasgos de inteligencia superiores a la media, así como los malvados con rasgos de inteligencia y, sobre todo, los inteligentes contribuyen todos, aunque en grado diverso, a aumentar el bienestar de la sociedad. Por otra parte, los malvados y los incautos con rasgos de estupidez no hacen sino añadir pérdidas a las ya causadas por las personas estúpidas, aumentando de este modo el nefasto poder destructivo de estas últimas.
Todo esto nos sugiere algunas reflexiones sobre los resultados que se dan en las sociedades. Según la Segunda Ley Fundamental, la fracción de gente estúpida es una constante  σ, que no se ve influida por el tiempo, espacio, raza, clase o cualquier otra variante histórica o sociocultural. Sería un grave error creer que el número de los estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Ambas se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en una sociedad en declive:

a) los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos por la actuación permisiva de los otros miembros;
b) se produce un cambio en la composición de la población de los no estúpidos, con un aumento relativo de las poblaciones de incautos y malvados con rasgos de estupidez. Esta hipótesis teórica se ve abundantemente confirmada por un exhaustivo análisis de casos históricos. En efecto, el análisis histórico nos permite reformular las conclusiones teóricas de un modo más concreto y con detalles más realistas.
Tanto si consideramos la época clásica como la medieval, la moderna o contemporánea, nos impresiona el hecho de que todo país en ascenso tiene su inevitable porcentaje  σ de personas estúpidas. Sin embargo, un país en ascenso tiene también un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran tener controlada a la fracción  σ y que, al mismo tiempo, producen para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea un hecho.
En un país en decadencia, el porcentaje de individuos estúpidos sigue siendo igual a  σ; sin embargo, en el resto de la población se observa, sobre todo entre los individuos que están en el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de incautos. Tal cambio en la composición de la población de los no estúpidos refuerza, inevitablemente, el poder destructivo de la fracción  σ de los estúpidos, y conduce al país a la ruina.

 Carlo M. Cipolla


Carlo María Cipolla (1922-2000)

Historiador italiano especializado en la historia de la economía. Nacido en Pavía, estudió en la Sorbona y en la London School of Economics. Empezó a trabajar en la Universidad de Catania, en Sicilia, pasando después por las universidades de Venecia, Turín, Florencia, Pavía y Pisa. En 1959 se incorporó a la Universidad de California en Berkeley donde permaneció hasta su retiro en 1991. Obtuvo numerosos reconocimientos y honores, desde el doctorado honorífico en medicina por la universidad de su Pavía natal, hasta la membresía en la Royal Historical Society of Great Britain, la American Academy of Arts and Sciences, y la Accademia dei Lincei, a la que había pertenecido Galileo.
Uno de los trabajos más divulgados de Carlo M. Cipolla es su breve análisis económico, demográfico e histórico de la estupidez humana que publicó en su libro "Allegro ma non troppo" de 1988. 
 
Fuentes:  http://www.eumed.net/cursecon/economistas/Cipolla.htm
http://www.literalia.es/modules.php?name=News&file=print&sid=465

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